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jueves, 2 de diciembre de 2010

¡Oh, Capitán, mi Capitán! La pared.

Naide ha establecido cuántas veces puede tirarse una misma persona contra una misma pared pretendiendo atravesarla. Y quizás no convenga, eso favorecería la proliferación de conformistas.
Soy una de esas personas que no se cansa de provocarse brechas en la cabeza de tanto golpearse con muros infranqueables. No, no estoy orgulloso. Soy así no por haberlo decidido, sino porque sí. Ese argumento que de adolescente no te vale pero de adulto simplifica muchos procesos de comprensión, al menos cuando se refieren a ti mismo.
Hace poco me hice daño con una de esas murallas. Dolió. Otra vez. Pero ¿es que no aprendo? Sí, pero no se me nota. Esta es la imaginaria conversación con cualquiera de esas paredes:
-Hola- saludo amable.
-¿Qué tal?- me contesta indiferente.
-Bien, recuperándome. Eres más dura de lo que imaginaba.
-Eso te pasa por imaginar. Haberme preguntado.
-Ya, pero es que pensé que...
-Y dale, que no pienses. Pregunta o, mejor aún, revisa experiencias pasadas. Te hubieras ahorrado la herida.
-Tienes razón, pero creí que esta vez sería diferente.
-Pues mírate. ¿A que te duele el orgullo?
-Sí, pero ha valido la pena intentarlo. De no haberlo hecho sería como tú, una pared.
Después de decir esa frase me sentí inmediatamente mejor. Tener la razón -o creer que es así- no haría que dejara de sufrir pero, al menos, haría que todo -cada tonto intento- valiese la pena.
Así, decidí seguir mirando a la pared y pensar: a la que pueda me tiro otra vez. Y será pronto. Total...